Si el naturalismo es el arte de escribir según la naturaleza y de presentar las cos-tumbres de los hombres y los pasos de la vida como ellos ocurren, yo no alcanzo la necesidad de presentarla siempre por su aspecto desdichado y criminal. El bien, la virtud, la felicidad están en la naturaleza, tanto como el mal, el vicio y la desgracia:
luego puede haber un naturalismo limpio y casto, y los autores que visiten el seno de la sociedad humana, sigan ávida y hábil-mente el desenvolvimiento de las pasiones generosas, y las inmortalizen en libros sublimes, serán tan naturalistas como los que andan espiando a la naturaleza en sus funciones secretas y pregonando sus ignominias. Infidelidad, adulterio, veneno, suicidio, no contiene otra cosa la naturaleza? Naturaleza, ser indefinido y profundo, en tu seno se está formando y desenvolviendo eternamente el misterio de donde el hombre toma sin saberlo así lo bueno como le malo, así lo puro como lo torpe.
El pintor Callot que había estudiado con tesón la cara fea de la vida, ya no podía pintar la hermosa; ¿era, pues, un naturalista? Pensar que el poeta, el pintor que toman al hombre por su aspecto noble y grandioso está siempre bajo el poder de una quimera, es negarle á la naturaleza la mitad de ella misma. El género humano, como la divinidad antigua, es un misterioso dualismo: Ormús y Arimanes son el eterno emblema del hombre, en cuya cabeza nace el sol y se derrama la noche, en cuyo pecho entona la virtud su himno glorioso, y aulla el crímen para tirarse al mundo. El verdadero escritor naturalista será el que presente á la naturaleza en todas sus faces, sin ocultar las simpáticas y respteables, ni exagerar las feas y repulsivas. Lord Byron, cuando describe el cuadro espantoso que vio en las murallas de Constantinopla; la cabeza humana cuyo pelo se enredaba en los dientes de los perros que la estaban royendo, es un terrible naturalista. ¿Pero quién más idealista que el bardo de los héroes y las heroínas imposibles? ¿Quién más idealista que el cantor de las ruínas de Atenas, el visitante nocturno de la antigua Roma, que á la luz de la luna va pasando por los arcos del Coliseo, mientras la corneja echa su grito de tumba, y el grillo está chillando debajo de la yerba? Este idealismo está en la naturaleza para los poetas del espíritu, mas no para los que se sien- ten incapaces de estos arranques de inteli-gencia y melancolía. El naturalismo, por que es cosa natural; el realismo, por que es cosa real, es Madame Bovary rindiendo homenaje al vicio en el zaguán de su casa; dejándose caer infamemente en el camino al pie de un árbol, á medio día; glorifi-cando á cada instante el adulterio con una nueva corona. A esto llaman los apasiona-dos de Flaubert profundo estudio fisioló-gico, forma bella, estilo incomparable. Una grande pecadora que le confiesa al cura las torpezas de su vida, es una insigna naturalista; ¿pero qué obligación tiene el sacerdote de poner todo eso por escrito en bella forma, y echarlo á los cuatro vien-tos? ¿Qué aprende la esposa honrada en ese libro? ¿Qué la aprovecha ese estudio á la asociación géneral? Esas aventuras son la prueba del agua amarga para los hombres. El paladín del Ariosto que se niega á hacerla con su mujer, es un sabio filósofo. Los acontecimientos felices, los ejemplos decorosos pudieran también prestarse al arte, la forma, el estilo, que son los timbres de los maestros de la nueva escuela, y éstos serían tan naturalistas cuando nos describiesen matrimonios cas-cos y prudentes, como cuando nos estoma-gan con esos personajes abominables y esas currencias indignas sin las cuales piensan que no son adeptos genuinos de la nueva doctrina literaria. Nueva doctrina.... San-Cho Panza es anterior á Emilio Zola, y él puso en la escena de los batanes la primera piedra del naturalismo.
Los naturalistas franceses han dado un gran paso hacia el triunfo de la nueva lite-ratura, han llevado al teatro el natura--lismo, que hasta ahora no se había atrevido á salir de la novela. Doña Emilia Pardo Ba- zán, que no lo sabe todo sino por que todo lo ve y estudia en su insaciable curiosidad literaria, quiso un día asistir á la representación de los << Misterios de París » que se daba en el Ambigú Cómico. Tramas odiosas, robos, asesinatos, no hay cosa que no ocurra en el escenario á la vista del público. Hasta las mujeres dan callandito sus puñaladas por la espalda, y se van muy frescas dejando allí el difunto. El maestro de escuela y la Lechuza, patibularios á cual más feo, puerco y ruin, se agarran en las tablas, se echan á rodar en tierra, y allí se están una hora revolcándose. El maestro de escuela, empeñado en ahorcar á la Lechuza, aprieta y más aprieta; la vieja aúlla de furor y se defiende con desesperacion, mientras el Rengo, el Renguito, bella y amable figura, se está riendo y aplaudiendo con las manos. Doña Emilia no decía palabra, yo la estaba observando, haciendo en su fisonomía un estudio fisiológico. Cuando cayó el telón sobre ese donoso cuadro naturalista, le pregunté : ¿Qué le parece? No me gusta, respondió la señora con sincero disgusto. Me alegro mucho, repliqué.
Otra noche, Le Ventre de Paris, drama de Busnach y Zola, en el teatro de las Na-ciones. ¡Qué cuadros! El mercado, les Dames de la Halle con sus vestidos, sus modales, su jerigonza, todo á lo natural. Sogas de carne, sartas de pescado hediondo, montones de coles podridas, á lo natural; y los personajes, con sus palabras, sus modos naturales y reales, yendo y viniendo en sucia muchedumbre, gritando, peleando, dándose de porradas y hartándose de soe-ces injurias, todo tan natural, que el na-turalismo triunfaba en toda la línea. Doña Emilia Pardo callada, callada. De cuando en cuando hacía un gesto de mujer culta y en su fisonomía un estudio fisiológico. Cuando cayó el telón sobre ese donoso cuadro naturalista, le pregunté : ¿Qué le parece? No me gusta, respondió la señora con sincero disgusto. Me alegro mucho, repliqué.
Otra noche, Le Ventre de Paris, drama de Busnach y Zola, en el teatro de las Na-ciones. ¡Qué cuadros! El mercado, les Dames de la Halle con sus vestidos, sus modales, su jerigonza, todo á lo natural. Sogas de carne, sartas de pescado hediondo, montones de coles podridas, á lo natural; y los personajes, con sus palabras, sus modos naturales y reales, yendo y viniendo en sucia muchedumbre, gritando, peleando, dándose de porradas y hartándose de soe-ces injurias, todo tan natural, que el na-turalismo triunfaba en toda la línea. Doña Emilia Pardo callada, callada. De cuando en cuando hacía un gesto de mujer culta y pulcra. Cayó el telón: ¿Qué le parece? le pregunté. No me gusta, respondió. Ahora vayan los españoles á traducir para el Teatro Real El Vientre de París. el vientre de Paris.... Hasta el título es indecente:
La barriga de Paris. ¿Qué sobriedad, qué belleza, qué inspiración ha de haber en la barriga de Paris? Si lo feo y lo brutal son los asuntos exclusivos de la novel literatura, yo no seré naturalista; pero si la belleza en sus formas castas y amables es tratada naturalmente por una clase cualquiera de autores, seré naturalista. Ninguna de las novelas de Doña Emilia Pardo vale más, en mi concepto, que esa en donde menos ha seguido á los dramaturgos de la barriga; esto es, «Los Pazos de Ulloa». Realismo hay mucho, por que Lodo es sencillo, cierto, ocurridero; personajes vivos, conocidos; escenas, de las que pasan cada día; diálogo admirable; lengua casta y castiza. Yo pienso que, des. pués de Le Ventre de Paris del Ambigú, mi ilustre amiga podrá quedar partidaria de la novela naturalista; pero al teatro naturalista no le arriendo la ganancia. Su impetuoso talento la arranca de la vil ma-teria y la lleva á las regiones superiores del universo; su corazón no bate fuerte-mente sino donde reinan el amor puro y las pasiones acrisoladas; y así, será idea-lista siguiendo fiel y santamente a la natu-raleza, como será naturalista sin estrellarse contra la belleza impalpable y el fuego sagrado de la idea. En uno de sus libros me ha llamado rabioso idealista », como si entre la rabia y las fervientes reclama-ciones del espíritu hubiera correlación mo-ral. Hay vocablos que no admiten vínculos entre sí, por que las ideas que representan no se ofrecen para una combinación razo-nable. Dudo que un idealista pueda ser ra- bioso; pero aun así y todo, acepto el juicio, por que él me endereza el tuerto que me hacen pensadores menos discretos que ella.
Bruto de crítico ha habido en América que me ha calificado de escritor pornográfico; y otros hay que van á buscarme en la escuela de Zola. Yo pienso que un escritor naturalista puede no estar reñido con el bello ideal, que en todas las cosas es la belleza en su forma perfecta y más elevada;
y pienso también que el escritor idealista no es adversario implacable del naturalismo, por que tan luego como se aparta de la naturaleza, la idea viene å ser extravagante y monstruosa. Admiro á Doña Emilia mucho más por su estudio filosóficosocial de la Rusia contemporánea, que por la admiración que ella experimenta en favor de ciertos novelistas franceses. No dirá, á lo menos, que en sus lecturas del Ateneo, con las cuales está embelesando á la flor de la capital de España, no es idealista, idealista sublime, cuando su alma se roza con los entes invisibles y puros que se llaman filosofía, filantropía, moral, libertad? A esas cumbres no se levanta el naturalismo con su pesado materialismo; y somos los idealistas, con rabia y todo, quienes estamos en potencia de descubrir el secreto de la felicidad humana y las puertas sagradas de los otros mundos.
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