16/4/25

Lo que Puede el Patriotismo de Juan Montalvo

Obra completa https://books.google.com.ar/books?id=oFoUAAAAYAAJ&printsec=frontcover&source=gbs_atb#v=onepage&q=Capitalista&f=false 

 Francia, con sus derrotas gigantescas, sus cien mil valientes caídos en los campos de batalla, sus trescientos mil prisioneros llevados á tierra enemiga, sus cinco mil millones de contribución y rescate, sus ciudades arruinadas, sus fortalezas desmanteladas, sus provincias perdidas, á los quince años de tan gran desastre, se halla en pie, más poderosa, más adelantada que nunca en artes, industria, leyes y todos los ramos de la sabiduría que son el fundamento de la prosperidad y grandeza de las naciones. Es por que en medio de su cataclismo el alma de este pueblo había permanecido entera, no habiéndole alcanzado  sino al cuerpo los golpes del enemigo. Valor, constancia, deseo de progreso, vocasión para la libertad, y más virtudes que caracterizan á las razas superiores, son el alma de un pueblo; y mientras esas virtudes permanecen intactas, importa poco que vengan á menos los intereses materiales. Las naciones enérgicas y valientes no pierden nunca la fe en ellas mismas, y al través de sus dolores y lágrimas van adelante en busca del fin de las sociedades humanas, que es el engrandecimiento por medio de los triunfos de la inteligencia aplicados al ejercicio de la vida.


Si la guerra con Alemania fue cosa grande, la guerra civil que sobrevino después fue cosa terrible; y si los alemanes se contentaron con llevarse prisionero al emperador de los franceses y con incendiar el alcázar de San Cloud, los comunistas pusieron á dos dedos de la ruína completa la capital del mundo. A lo menos que tiraron fue á convertir en cenizas esta gran ciudad, suceso que, si se hubiera verificado, hubiera arrancado lágrimas hasta á las potencias envidiosas y malquerientes de esta Francia tan llena de defectos y buenas cualidades, de vicios y virtudes. Las llamas y el humo de las Tullerías subiendo furiosamente al cielo; el palacio del Consejo de Estado inflamando las aguas del río y haciéndolas resplandecer con el fuego que le devora por todos los costados; el Hôtel de Ville ó Casa Consistorial desvaratándose con ruído aterrador en medio de París, son testigos iracundos de la locura de un pueblo que llama derechos sus ilusiones, y quiere hacer llegar á viva fuerza los tiempos que están quizá andando lentamente por la oscuridad del provenir, y que no comparecerán en el  mundo sino en buena sazón, á pasos contados, que son los firmes y provechosos. Las invasiones en los tiempos futuros no pueden salir bien si algún día llegan á ser moneda corriente las ideas de los anarquistas, los autonomistas y los positivistas, ese día no está á las puertas, y es delirio alargar el brazo armado de una tea criminal para atraer hacia nosotros las formas de gobierno, los sistemas económicos y las creencias religiosas que irán llegando cada una en su siglo respectivo, sin necesidad de asonadas que hacen temblar el mundo y aterran al género humano.

La resistencia que han opuesto y están oponiendo tenazmente los hombres cuerdos, las clases principales de la nación francesa á esos empresarios de ideas fuertes, de principios crudos, es prueba clara de la sana razón y el buen juicio de este  pueblo. Luisa Michel, recorriendo con unabandera negra en la mano la ciudad, no puede allegar gente: fantasma casi solitario, su símbolo de muerte se refleja en el Sena, pero no corren á su sombra legiones de ciudadanos y patriotas. Lo que la revolución puede hacer, lo hizo ya la revolución francesa para acontecimientos tan extraordinarios, un siglo de intervalo es poca cosa. ¿Qué tiene ahora que derribar el pueblo? un trono? Ya la guillotina se  puso en su lugar. ¿Una testa coronada? 

Las que le molestaban, rodaron por el polvo, y el verdugo, de lo alto del patíbulo, anunció á la tierra que no había reyes en Francia. Y nada tiene que conquistar, porque los derechos del hombre son un hecho,no solamente en Francia, sino también en las demás naciones. En cuanto á la libertad, es un principio práctico en todas sus formas; libertad religiosa, libertad de im  prenta, ¡y que libertad! sin límite, sin freno. Libertad de palabra, hasta para que los enemigos de la República griten: Abajo a República! Igualdad ante la ley, ante el juez; distribución de justicia, todo existe en Francia, y no en leyes y códigos simplemente, sino en ejercicio real y verdadero.

Ah, una cosa falta para que el equilibrio de las clases sociales sea perfecto y el pueblo no tenga que decir; cosa sin la cual ni la tranquilidad será constante, ni la paz segura, por que no puede haber paz ni tranquilidad donde la desproporción de bienes de fortuna es tan notable, tan escandalosa que, mientras el capitalista levanta palacios y come como el rey de Persia, el trabajador, el operario, con doce horas de fatiga y todo el sudor de su frente, no alcanza á mantener á su mujer y sus dos hijos. En América llamará quizá la atención este modo de decir, «dos hijos». Allá todo hombre casado puede tener doce, y á nadie le ocurre no tener sino dos, como número del cual no debe pasar. En las ciudades populosas de Europa no es así; dos hijos son ya lujo para los pobres, y es raro, muy raro, un matrimonio que, entre los jornaleros, goce de libertad de reproducción. Estas restricciones impías que lo pobres se imponen voluntariamente son una de las llagas de nuestro tiempo. Los franceses, cuando se despiertan de improviso del sueño de su vanidad, asustados, dan la voz de alerta! Franceses, la Francia se despuebla! gritan los periodistas: franceses, la Francia se despuebla! gritan los publicistas.

¿Y cómo no se ha de despoblar, si el hambre se come el triste fruto de dos millones de matrimonios? Los ricos se repro ducen poco; éste es un misterio lamentatable de la abundancia ó una maldición secreta de la Providencia. En una de las obras más famosas del bibliófilo Jacob he visto comprobado este fenómeno con el examen que hace de la ciudad de París : los barrios aristocráticos y opulentos, como el de San Germán, el del parque de Monceau, el del Arco del Triunfo se componen de mansiones casi desiertas. Estos palacios que siempre están cerrados, como desconfiando del pueblo ó asqueando en miseria; estos edificios sin tiendas ni departamentos de arrendar, cuyas puertas, altas como las del palacio de Cambises, no se abren sino para que entre ó salga el coche arrastrado por dos corceles árabes, son, por la mayor parte, suntuosas tumbas donde yacen los restos de la nobleza envuelta en oro. El niño es raro en esta soledad: esas bandadas de serafines humanos que en ciertos países del nuevo mundo se disparan por los corredores llenando de música los ámbitos de la casa, no existen aquí. Las familias nobles contienen pocos miembros: los ricos pagan con la esterilidad la pena de la soberbia. El bibliófilo Jacob no da razón ninguna de esta triste ley de la aristocracia; y á fuero de monárquico y adulador elocuente de los grandes, dice solamente que las castas superiores, en el reino animal, han desaparecido, como el mastodonte, y que el elefante no tardará en desaparecer. El leon se reproduce poco, en efecto; y Buffon afirma que la hembra del tigre no pare sino una vez en su vida. Contra la esterilidad de los nobles y el hambre de la clase humilde, nada pueden, hasta hoy, ni el valor ni el patriotismo. 

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