Rokugo no se sorprendía fácilmente, pero había algo fascinante en ver a Grimm tan nerviosa. Mientras ella se metía en el baño y llenaba la tina con agua caliente, su actitud torpe pero determinada para "seducirlo" era... algo adorable. Grimm, la sacerdotisa de la muerte, temida por maldiciones y risas siniestras, ahora parecía más bien una niña pequeña tratando de impresionar a un adulto.
Desde el otro lado de la puerta, Rokugo podía oír cómo Grimm susurraba para sí misma.
—Está bien, Grimm, tú puedes hacerlo… solo tienes que recordar lo que decía esa revista: "Una mirada intensa, un movimiento sutil del cabello, un toque inesperado en el brazo..." Sí, ¡exacto! ¡Eso funcionará! —murmuraba, su voz entre nerviosa y emocionada.
Rokugo, apoyado contra la pared, sonrió con suficiencia. "¿Qué clase de revistas habrá leído esta mujer? Parece más un manual de actuación que algo real", pensó, aunque no podía negar que había algo entretenido en todo esto.
Cuando la puerta del baño quedó ligeramente abierta por el vapor, Rokugo entró sin anunciarse. Grimm, que estaba de espaldas, se dio cuenta cuando él dejó caer su camiseta al suelo.
—¡¿C-Comandante?! —Grimm se giró de golpe, cubriéndose el pecho con las manos aunque aún llevaba puesta una toalla pequeña sobre los hombros. Sus ojos pasaron del torso de Rokugo, lleno de cicatrices, a su rostro despreocupado. Parecía que había perdido las palabras.
—¿Qué? —dijo Rokugo con calma mientras se acercaba al borde de la tina—. ¿Nunca habías visto un torso masculino antes?
—¡Eso no es lo importante! ¡Tú... tú…! —Grimm agitaba las manos, incapaz de formar una frase coherente. Al final, soltó algo que parecía una mezcla de honestidad brutal y pura curiosidad—. ¡Estás todo marcado! ¿Eso te lo hicieron en combate? ¡Son horribles!
Rokugo suspiró mientras se metía a la tina con ella, como si no le importara en lo más mínimo la incomodidad de Grimm. Al verla encogerse contra un rincón del baño, le lanzó una mirada que mezclaba humor con cansancio.
—No son de combate. Todas estas cicatrices son... de "mejoras". ¿Te acuerdas de cuando te expliqué que Kisaragi crea a sus combatientes con tecnología genética? Bueno, yo soy uno de esos productos. Estas marcas son solo parte del proceso. No hay drama en eso, ¿vale?
Grimm parpadeó, confusa, pero con un leve temblor en su voz.
—Eso suena... horrible. ¿No te dolió?
—¿Dolor? Por supuesto que sí, pero no es algo en lo que piense ahora. —Rokugo apoyó la cabeza contra el borde de la tina, relajándose. Había algo interesante en hablar de cosas tan frías con una sacerdotisa como Grimm. Su rostro estaba lleno de preocupación, pero también parecía genuinamente interesada.
—No sé qué decir… —murmuró Grimm, mientras se llevaba una mano al pecho—. Yo solo...
—Entonces no digas nada. —Rokugo la interrumpió, soltando una pequeña risa mientras se inclinaba hacia ella. Sus ojos la observaban fijamente, como si estuviera estudiando su reacción. Fue entonces cuando Grimm sintió que el ambiente cambiaba.
Él estaba demasiado cerca.
—C-Comandante...
—Rokugo —la corrigió él, inclinándose un poco más, lo suficiente como para que sus respiraciones se mezclaran.
—¿Eh...?
—Llámame Rokugo. Si vamos a "hacer cosas de novios" como dijiste, ¿no es lo normal?
Grimm sintió que sus mejillas ardían, pero no tenía fuerzas para apartarse. Rokugo tomó su mentón con suavidad, y, antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, la besó.
No fue un beso tímido ni torpe, como Grimm esperaba de alguien que podría estar nervioso. Fue firme, decidido, y lleno de esa misma confianza que Rokugo siempre mostraba. Cuando se separaron, Grimm apenas podía respirar.
—¿Esto responde a tus dudas? —le preguntó Rokugo con una sonrisa burlona, mientras ella asentía rápidamente, con las mejillas completamente rojas.
—S-Sí...
—Bien. —Rokugo se levantó de la tina, el agua chorreando por su cuerpo. Grimm no pudo evitar mirarlo de reojo, todavía demasiado impactada como para pensar con claridad.
—¿Qué... qué sigue? —preguntó finalmente, su voz temblorosa.
Rokugo, al escucharla, soltó una pequeña risa y se dirigió hacia su habitación, dejando un rastro de agua en el suelo.
—Tú lo dijiste, ¿no? "Hacer cosas de novios". Así que prepárate.
Grimm, entendiendo las implicaciones, dejó escapar un grito ahogado antes de salir corriendo hacia su habitación para cambiarse.
—¡Lady Zenarith, perdóneme por lo que estoy a punto de hacer! —gritó, mientras buscaba entre sus cosas algo "adecuado" para la ocasión. Mientras tanto, Rokugo, apoyado contra la pared de su habitación, negó con la cabeza, aún sonriendo.
—Definitivamente me gané esto.
Cuando Grimm finalmente apareció, llevaba un vestido largo que parecía sacado de una mala película romántica. Rokugo, al verla, no pudo evitar arquear una ceja.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin molestarse en ocultar su incredulidad.
—Es... es lo que las revistas decían que a los hombres les gusta. ¿No te gusta?
Rokugo suspiró, cruzándose de brazos.
—Grimm, ¿sabes qué? Mejor deja de seguir consejos de esas revistas. Solo sé tú misma.
Grimm parpadeó, sorprendida, y luego asintió lentamente. Se quitó el vestido y lo dejó caer al suelo, quedándose con una sencilla camisola que parecía mucho más cómoda.
—¿Así está mejor? —preguntó tímidamente.
—Mucho mejor. —Rokugo se acercó a ella, colocando una mano en su hombro—. Ahora, deja de preocuparte tanto y solo... relájate.
Grimm asintió, aunque su corazón latía como loco. "Esto es real", pensó, mientras Rokugo la llevaba hacia la cama.
Por primera vez en mucho tiempo, Grimm no se sintió como la sacerdotisa de la muerte o alguien temida por sus maldiciones. Se sintió como una persona normal, y eso era más de lo que había esperado.
Y, por primera vez, Rokugo permitió que alguien lo viera sin su fachada de comandante.
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